Levantar el latido de una identidad histórica que, aunque viva, parece diluirse en el tráfago de la rapidez de la modernidad; dejarme llevar por el profundo amor con que nuestra tierra y nuestros hombres han dejado impregnado, como sin querer, mi torpe espíritu; mostrar, humilde y algo avergonzado, mi gratitud a cuanto la vida, un punto en su divina eternidad, con sus luces y sus sombras, me ha ofrecido, al tocarme con su doble velo de hermosura y fealdad...